Publicado en la edición Nº 156 de LRA
PUBLICADO: HACE 5 HORAS
El papel de la mujer en el agro es hoy
más evidente que nunca. El IV Cenagro, de 2012, informa que la cantidad de productoras, 691 mil, se ha duplicado en relación con las 357 mil que, según el III Cenagro, había en 1994. Esta presencia femenina es mayor en la sierra, región en la que más de un tercio de productores son mujeres (ver tabla 1)
¿Cuáles son las características
de la mujer que produce?
Sin embargo, la persistencia de la inequidad
de género es, a pesar de su reducción en los últimos lustros, un obstáculo para el desarrollo social de millones de mujeres y para la superación de los altos índices de pobreza. En efecto, tres de cada cinco productoras son minifundistas con superficies menores de tres hectáreas. La incidencia del analfabetismo es mucho mayor en las mujeres: 26%, frente al 9% en varones. El 28% de mujeres no fue a la escuela primaria ni secundaria, cifra que triplica la de 9% en varones.
¿La actividad agropecuaria produce suficientes ingresos para la familia? Como puede esperarse, cuanto más tierras tiene un productor, mayor es la percepción de que la actividad agropecuaria le produce suficientes ingresos (ver tabla 2).
Pero, en términos generales, es mayor el
porcentaje de hombres que percibe que los ingresos son suficientes, que el de las mujeres que percibe lo mismo respecto de esos ingresos.
Acerca de las razones que motivan a
las productoras a sembrar determinados cultivos, las mujeres tienden más que los hombres a repetir los mismos cultivos y a tomar más en cuenta los gastos que requiere su producción.
Una importante diferencia entre los
predios conducidos por hombres y los conducidos por mujeres es el número de miembros en el hogar. Los hogares de los predios conducidos por mujeres tienen menos miembros que los conducidos por hombres. Independientemente del área del predio, en aquellos conducidos por mujeres, más de los dos tercios de los hogares tienen tres miembros o menos (mientras que en el caso de los conducidos por hombres no llegan a la mitad). Las razones de esta diferencia y de sus implicancias económicas para el hogar merecen un estudio más detenido.
En el plano de la educación, las diferencias
entre productores y productoras son importantes. Como ya se anotó, el 28% de las productoras no tuvieron educación formal alguna (frente al 9% de los hombres).
En cuanto a la educación primaria, el
54% de los hombres la cursó, pero hizo lo mismo solo el 46% de las mujeres. Apenas el 19% de mujeres cursó la educación secundaria, frente al 29% de hombres para el mismo
nivel educativo.
Esto significa que las conductoras cuentan con menos activos de capital humano para conducir adecuadamente sus predios.
Características
del predio
Por último, también analizamos las diferencias de género desde el punto de vista de la conducción de la unidad agropecuaria (UA), para lo cual incluimos las principales variables que caracterizan esa conducción: el uso de insumos modernos, la capacitación técnica, las fuentes de energía, la solicitud de crédito y la pertenencia a alguna organización. Dado que las tres primeras variables están asociadas a la capacidad de adopción de nuevas tecnologías por parte del jefe de hogar, será crucial incluir una diferenciación por alfabetismo. Por otra parte, las dos últimas variables tienen un vínculo con la escala de producción de la familia, por lo que será adecuado, en este caso, incluir una diferenciación por tamaño de UA.
En cuanto al uso de insumos agrícolas, las mujeres mantienen prácticas más tradicionales en comparación con los varones, independientemente de su condición de alfabetismo. El uso de abonos orgánicos está más generalizado en mujeres jefes de hogar que no saben leer y escribir, antes que en varones de las mismas características (85.7% frente a 77.7%), e incluso entre aquellas que sí saben leer y escribir (78.1% frente a 72.2%). Sin embargo, no hay que olvidar que la sustitución del uso de abonos orgánicos por fertilizantes químicos se da cuando se pasa de una condición de analfabetismo a alfabetismo, independientemente del género del jefe de hogar.
Respecto a la capacitación técnica,
podemos observar que la proporción de hombres jefes de hogar que la recibieron, siempre es mayor que la de mujeres jefes de hogar en el mismo caso. La cobertura de la capacitación mejora también para los jefes de hogar hombres y mujeres que son alfabetos.
Por último, el uso de diferentes fuentes de energía también plantea algunas diferencias de género. Considerando solo los jefes de hogar que no saben leer ni escribir, el uso de energía humana y animal es ligeramente más intensivo en hombres, mientras que el uso de energía mecánica lo es en mujeres. En el segmento de jefes de hogar alfabetos el panorama es similar, con la única diferencia de que la energía humana es intensiva para ambos géneros (38.9% frente a 39%).
Tanto las mujeres que saben leer o escribir
como las que no, hacen un uso más intensivo de la energía mecánica, lo cual puede estar ligado con el menor esfuerzo físico que implica utilizar esta energía, en comparación con las energías animal y humana. En general, tanto en hombres como mujeres, las energías más utilizadas son la humana y la animal: juntas comprenden alrededor del 90% de las UA, lo que refleja un pobre índice de mecanización en el sector.
En cuanto a la solicitud de crédito o préstamo, las UA conducidas por varones presentan una mayor tasa de solicitud de crédito en comparación con las conducidas por mujeres, cualquiera sea el tamaño del predio. Pero a medida que se trata de UA más grandes, las brechas de género se incrementan; por ejemplo: en UA menores a 1 hectárea, de cada 100, seis hombres solicitaron crédito y cinco en el caso de las mujeres; mientras que en UA entre 10 y 20 hectáreas, 17 de cada 100 hombres solicitaron crédito y solo 11 de cada 100 mujeres lo hicieron. Finalmente, los hombres jefes de hogar están más vinculados a alguna organización, comité o cooperativa de producción que las mujeres, independientemente del tamaño de la UA que conduzcan.
Desde la postura de una política que fomenta la inclusión, la persistente inequidad de género en el mundo rural debe ser enfrentada con medidas que impulsen el desarrollo productivo, la capacitación, el acceso al crédito y una mayor seguridad jurídica sobre la tierra por parte de las mujeres. Estas políticas pondrán un freno a las desigualdades, en favor de un Estado más democrático e inclusivo.